Ya sea en espacios públicos y/o privados, el 31% de la población experimentó algún tipo de discriminación y solo el 12% realizó un reclamo o denuncia formal. A menudo, se manifiesta en forma de prejuicios, discriminación y violencia, lo que lleva a un profundo sufrimiento en las víctimas. Sin embargo, gran parte de ellos no toman acción luego de un acto discriminatorio.
Según la Defensoría del Pueblo, el 35.4% de veces el perpetrador más frecuente en los casos de violencia suele ser un miembro de la familia o de la familia de la pareja. Le siguen en importancia personas desconocidas o terceras personas con un 28.1%, un 18.8% amigos o compañeros de trabajo, el 13% son agentes del orden, el 12.7% son educadores, entre otros. Esto denota como el odio, una emoción destructiva y poderosa, crece desde el hogar y se extiende a lo largo de la sociedad.
El deterioro humano
Las personas que enfrentan el odio experimentan una carga emocional abrumadora que erosiona la autoestima y el sentido de identidad de las víctimas. La exposición constante a la hostilidad y el menosprecio puede causar un sufrimiento psicológico y emocional profundo, lo que puede llevar a trastornos de salud mental, como la ansiedad, la depresión y el estrés postraumático.
Milena Vicente, de 38 años, psicóloga en la asociación Kalma Perú, menciona que "el odio puede tener un impacto devastador en la salud mental de las víctimas y desencadenar trastornos de ansiedad, depresión y estrés postraumático. Además, las víctimas sienten una profunda sensación de alienación y desesperanza, lo que a menudo lleva a un deterioro de la autoestima y de la identidad".
Impacto social
Resulta innegable que la violencia física generalmente despierta indignación de forma más inmediata; no obstante, es fundamental reconocer que la violencia no se restringe exclusivamente a la agresión física. La discriminación se configura como una forma de violencia que se manifiesta mediante gestos y acciones, como la humillación, el empleo de un humor ofensivo, el uso de un lenguaje hiriente, el menosprecio y la degradación.
Los mensajes de odio, ya sea en línea o en la vida cotidiana, representan una amenaza para la convivencia armoniosa y pacífica. Estas expresiones hostiles tienen el potencial de causar daño profundo a nivel personal al socavar la confianza en uno mismo, generando ansiedad, miedo y aislamiento social. Además, impulsan la división y los conflictos, debilitando la base de confianza y empatía necesaria para construir una sociedad inclusiva y respetuosa.
Por tales motivos, 9 de cada 10 peruanos considera que el Estado debe invertir más en promoción y difusión para que se cumplan los Derechos Humanos. Es de suma importancia que todos asuman la responsabilidad de promover el respeto y la tolerancia, rechazando de manera enfática los mensajes de odio y fomentando un entorno en el que predomine la comprensión y la solidaridad.
El odio provoca heridas profundas en la salud mental de las víctimas y en la sociedad en general, pero la empatía y la lucha contra el odio pueden prevenir futuros actos de hostilidad y fomentar un mundo más compasivo. La comprensión de las experiencias de aquellos que han sufrido el odio constituye el punto de partida para la curación, y la empatía guía hacia un futuro más justo y comprensivo.
01 de cada 03 peruanos sufrió discriminación en el año.
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