Un 66% de las mujeres indígenas han sufrido violencia de género, mientras que el 26% de la población tiene raíces indígenas. Esta es una dura realidad que se manifiesta en el país, donde las mujeres indígenas enfrentan desafíos únicos, desde la discriminación racial hasta la falta de acceso a servicios de salud y educación de calidad.
En las bulliciosas calles de Lima, donde se entrelazan las huellas de la historia y el presente, se encuentra Rafaela Pizango, una mujer indígena que ha dedicado su vida a la defensa de los derechos de las mujeres. Hace una década, dejó su natal Iquitos para adentrarse en las penumbrosas ciudades de Lima, donde empezó su lucha en contra del silencio que ocasiona la desigualdad de género y la violencia que sufren las mujeres de su comunidad.
El eco de la selva en la ciudad
Rafaela vivió en carne propia la cruda realidad de la discriminación que afecta a las mujeres indígenas en su comunidad. En Iquitos, las mujeres son a menudo relegadas al margen, despojadas de oportunidades y disminuidas en su papel en la sociedad. Por estos motivos y con una motivación personal por estudiar y forjar un futuro más prometedor, Rafaela toma la decisión de dejar Iquitos a la temprana edad de 18 años.
Una vez en Lima, una ciudad que, si bien se presenta como una metrópolis en crecimiento, aún arrastra sus raíces machistas, Rafaela se involucró de lleno en la lucha feminista. Fue a la edad de 25 años que tomó conciencia de la urgente necesidad de hacer algo al respecto. "En la ciudad, las mujeres indígenas a menudo son invisibles, y esto facilita la violencia de género y la discriminación", declaró.
En un país donde aproximadamente el 25% de la población es de ascendencia indígena, las mujeres indígenas enfrentan una serie de desafíos únicos, desde la discriminación racial hasta la falta de acceso a servicios de salud y educación de calidad. La desigualdad de género en estas comunidades se manifiesta de manera aguda, con altas tasas de violencia doméstica y limitado control sobre su propia salud reproductiva.
Mientras camina por las calles de Lima, Rafaela se convierte en un puente entre dos mundos: el de la jungla y el de la ciudad. Su experiencia personal y su compromiso con la causa la impulsaron a actuar en un entorno que, si bien diferente, aún enfrenta desafíos de desigualdad de género y discriminación arraigados.
Las cifras que no pueden ser ignoradas
Según investigaciones exhaustivas de la situación de las mujeres indígenas en el Perú a manos expertos en género de organizaciones como PROMSEX, dicen que alrededor del 66% de las mujeres indígenas han experimentado violencia de género en algún momento de sus vidas. Además, el acceso limitado a servicios de salud sexual y reproductiva ha llevado a tasas alarmantes de mortalidad materna en estas comunidades.
Las mujeres indígenas son una parte vital del tejido social y cultural de Perú, y su bienestar es esencial para el progreso del país. Promover la igualdad de género y garantizar la protección de los derechos de las mujeres indígenas no solo es un imperativo ético, sino también una necesidad para construir una sociedad más justa y equitativa.
Rafaela, la valiente activista indígena, no descansa en su lucha por un Perú en el que las mujeres indígenas no sean condenadas al silencio de la desigualdad y la violencia. A medida que más personas se unen a esta causa, se alza la esperanza de un futuro en el que las palabras "desigualdad" y "violencia" dejen de definir la realidad de las mujeres indígenas en este hermoso y diverso país.
En la población indígena de la Amazonía con 25 años o más solo el 56.4% de mujeres cuenta con estudios secundarios (INEI, 2013).
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